El día siete de febrero el Huerto de la Vega abrió sus puertas a todas las personas interesadas en participar, como seguirá haciendo a partir de ahora el primer miércoles de cada mes. La impresión desde el Huerto de Granada en Transición es bastante positiva, hemos podido compartir una variada merienda, saberes y conocimientos que nos han transferido las personas visitantes y, lo que es más relevante, hemos disfrutado de una jornada comunitaria con un gran trabajo en equipo a pesar del frio.
Este tipo de participación hace recordar por qué salió adelante este proyecto. No es solo una manera de aprender a cultivar los productos ecológicos y locales, sino también una forma de vincular a los seres humanos nuevamente con la naturaleza, y sobre todo, de aprender a vivir en comunidad, menester que hace falta ante el paradigma actual en que nos encontramos.
En ocasiones pienso en la gran crisis socioeconómica, política, ambiental y tecnológica en la que estamos inmersxs y en cómo vamos directxs a un colapso donde se desconocen con exactitud los costes socioeconómicos y ambientales que esto supondrá. Además, la idea de intentar ser más resilientes ante los futuros cambios, descomplejizarse e intentar cambiar el modo de vida a un modelo más sostenible es tarea ardua, e incluso puede llegar a resultar tediosa al intentar renunciar a esas “necesidades” que el sistema ha establecido y a las cuales, como especie, te has acomodado.
Pero, entonces, mientras escribo estas líneas levanto la mirada hacia el resto de las mujeres del huerto. Cada una lleva su mochila de vida diaria en su espalda y, sin embargo, todos los miércoles observo la impecable sonrisa de Nuria incluso en sus días más estresantes, la predisposición de Tania, el gran ingenio de Aude, las carreras de Carmen yendo y viniendo para resolver nuestras dudas, la conversaciones de May y Daniela compartiendo sus innumerables recetas vegetarianas o la cara de Clara cuando aprende algo nuevo, inundando a todas de inocencia y ternura.
Por supuesto falta quien escribe estas líneas, que como ha podido comprobar la lectora o el lector no son lo bastantes optimistas, pues mi papel es el pesimismo. Pero no se preocupe, es parte de la comunidad en el huerto, trabajar hacia un objetivo común respetando tal y como somos, con nuestras manías, fortalezas y debilidades.
Eso es una comunidad. Por eso, cuando pienso en el futuro gris al que nos dirigimos sin frenos, me vienen a la cabeza estas mujeres que llenan de colores toda la paleta y me recuerdan la importancia de la constancia en un mundo tan alambicado.
Esto es una transición hacia la solidaridad ecosocial y evidentemente no es posible llevarla a cabo en dos días, el huerto comunitario solo es un punto importante entre otros y en el que todavía nos queda mucho por aprender. Por eso mismo quiero agradecer a todas esas mujeres que lo hacen posible, que me recuerdan por qué luchamos y me contagian de alegría todos los miércoles del mes.
A todas ellas, gracias por hacer posible este maravilloso proyecto.
Patricia